divendres, 18 de gener del 2008
ENTREVISTA TOM WAITS
Los años tranquilos de Tom
JUAN MANUEL BELLVER
Contradiciendo el título de uno de sus viejos discos, «Los años salvajes de Frank», el cantautor americano más inclasificable, esquivo y genial vive una gloriosa madurez retirado de la bebida, felizmente casado y con siete hijos. Tras un largo silencio, ahora publica simultáneamente dos nuevos trabajos asombrosos. La Luna fue a entrevistarle en exclusiva a su refugio campestre californiano de Santa Rosa.
VIDA FAMILIAR SANA. Sesenta kilómetros al norte de la Bahía de San Francisco, Santa Rosa es un poblachón surgido durante la fiebre del oro que ha crecido paralelo a la prosperidad agrícola del valle de Sonoma. Un destino habitual de parejitas y aficionados al vino donde Tom Waits ha encontrado su hogar tras media vida de existencia bohemia en moteles de Los Ángeles o Nueva York. A los 52 años, el beatnik redimido vive felizmente casado desde hace más de dos décadas con la escritora y guionista Kathleen Brennan, madre de sus ¡siete hijos!, coautora de todas sus nuevas canciones e indudable inspiradora de esta metomorfosis. «Si no fuera por ella yo quizá ya no estaría aquí», confiesa él. Nueve años sin beber son un bonito récord para el cronista oficial de los amaneceres resacosos y el naufragio existencial. Un autor que, como esos orgullosos perdedores que pueblan sus discos, ha ido siempre a contracorriente durante tres décadas de carrera casi irreprochable. Hace seis años, disconforme con el rumbo conservador que estaba tomando el sello Island, rechazó la renovación para fichar sorprendentemente por Anti Records, subdivisión de la indie Epitaph, bandera del punk rock californiano. Con ellos graba hoy, cuándo y cómo le apetece. Y lo mismo está cuatro años en silencio que ahora anuncia (emulando a Springsteen o Harry Connick Jr.) la aparición simultánea de dos álbumes diferentes: Alice y Blood Money.
PREGUNTA: ¿Por qué dos discos y por qué a la vez?
RESPUESTA: Tenía todo escrito, empecé a grabar y salieron 30 canciones. Podría haber lanzado un CD doble, pero son rollos muy diferentes. Además, así no estás obligado a comprar los dos.
P: ¿Ha quedado algo fuera?
R: Eso ocurre siempre. Son canciones huérfanas que nadie quiere adoptar. Cualquier día hago un álbum con todas ellas. Lo llamaría Huérfanos.
P: Alice y Blood Money recogen material escrito en los 90 para montajes teatrales de Robert Wilson sobre Alicia en el país de las maravillas y el Woyzeck de Georg Buchner. ¿Hay que conocer las obras?
R: No. Los discos son como películas para los oídos, contenedores de información emocional. Poseen su propia lógica y no necesitan una historia detrás.
P: Alice tiene algo de cuento onírico y Blood Money resulta muy crudo y urbano...
R: Uno es pollo, otro es pescado —me toma el pelo—. En serio, en Blood Money enfrento la decencia a la locura con un final de muerte. Está muy pegado al mundo real. Mientras que Alice trata de obsesiones y desórdenes emocionales. Es como tomarse una pastilla y soñar.
P: ¿Una pastilla hipnótica?
R: O mescalina, o una seta alucinógena —sonríe pillín—.
Cae la tarde en la fea habitación del Flamingo Motel, un edificio de los 50 como hecho a medida de una comedia retro de Nicolas Cage. En el hall, una convención de lecheros del Medio Oeste aporta el punto kitsch espontáneo a la escenografía que Waits gusta desplegar en las pocas entrevistas que concede con cada elepé (en el anterior, invitaba a la prensa a almorzar en un destartalado chino take away de la zona).
P: ¿Dónde trabajas cada día? ¿Tienes estudio en casa?
R: No, tengo una como ésta –señala mi grabadora– y la llevo a todas partes. Cuando conduzco voy cantando y, si algo me gusta, lo grabo.
P: ¿Es verdad que para hacer la mezcla definitiva de un álbum pruebas el máster en la radio vieja de tu coche?
R: Oh, sí. El coche me parece ideal para escuchar música. Uno puede fijarse en los sonidos raros y los detalles.
P: Desde 1980 cultivas ese gusto por emplear instrumentos extraños y hasta añadir ruidos externos en tus discos. El anterior, Mule Variations (1999), parecía grabado en el jardín con niños, gallinas, aviones... ¿Por qué?
R: Es algo que me fascina. Me gusta la melodía, pero también la disonancia. Por eso empecé a llevar instrumentos raros al estudio. A veces sueño con tirar un piano desde una azotea y grabarlo al caer. El maestro en eso fue Harry Parch, un vagabundo que fabricaba intrumentos con objetos de la calle y que llegó a inventar su propio sistema de anotación musical.
P: En Alice y Blood Money suena de todo: sintetizadores de válvulas, aparatos de ondas como el Theremin, marimbas, percusiones caseras... ¿Cuál es tu favorito?
R: El pump organ, sin duda. Es un órgano previo a la era de la electricidad, que funcionaba con pedales y un fuelle... Sonaba muy misterioso: ¡Ññiiii-hhhaaa-ñññi! Es como un acordeón sentado. Tengo 10 o 12 en casa.
P: Parecen esas bicicletas rotas que nadie quiere de las que hablabas en una canción.
R: No soy tan sentimental sobre eso, sino más bien curioso. No quiero colgarlos en la pared, quiero usarlos. Me interesan porque son viejos.
P: ¿Y la gente?
R: También. Cuanto más vieja, más interesante, como los coches o el vino.
P: Ahora vives en un valle muy vinícola...
R: Pero no bebo ni una gota. Creo que ya he bebido suficiente y es un placer estar sobrio. No más dolores de cabeza, resacas, despertarse entre basura... Adiós. Fin. Ya sé que estamos en Sonoma, pero es tarde para mí, colega.
P: ¿Por qué has cambiado la ciudad por el campo?
R: Aquí hay mejores chatarrerías –vuelve a ponerse cínico; otras veces explica que le gusta orinar al aire libre–. En fin, ¿qué te voy a contar? Tengo hijos y nos pareció que aquí crecerían mejor.
P: He oído hablar de la fundación Tomás Tomás.
R: ¡Vaya! Es una idea de mi amigo Tom Sawyer —se despereza—. Llevamos libros a México y hemos abierto una bibilioteca en Los Álamos... El nombre viene de una ranchera inventada por él: «Tomás, Tomás, qué feo estás».
P: Tu esposa, que también es vicepresidenta de la fundación, firma a medias contigo todas las nuevas canciones.
R: Bueno, es una especie de compenetración doméstica –esquiva la pregunta–. Kathleen y yo nos conocimos en el circo, hace mucho. ¡Pú chu-chú, pú chu-chú! Somos grandes aficionados. Incluso pertenecemos al Circus Fans of America. El circo me atrae por su aspecto romántico, nostálgico y bizarro.
P: Nunca he visto una foto tuya con tu mujer...
R: A ella no le gusta la popularidad, prefiere ser un enigma, un misterio. Y yo la protejo. Ahora está pescando, le encanta.
P: ¿Cómo escribís en pareja?
R: Tú lavas, yo seco... Cuando encuentras la manera de compenetrarte en un aspecto, te compenetras en todo. Si hemos sido capaces de educar siete niños...
P: Eso te cambia la vida.
R: Y que lo digas. Me levanto a las seis de la mañana. También ha variado mi forma de trabajar. En los viejos tiempos componía de madrugada, bebiendo... Ahora empiezo después del café.
P: ¿Influye eso en el resultado final de las canciones?
R: Es posible. Contrariamente al mito extendido, la música suena mejor por la mañana, más fresca y más limpia, como un nuevo día.
Desde que no bebe, Tom ha adelgazado. Tiene el pelo clareado y la tez tostada por el clima californiano. Viste de negro y toma café aguado. Alterna la conversación con canciones, te taladra con sus diminutos ojos azules. Habla a ráfagas, con esa voz cautivadora y gutural que alguien describió un día como «Louis Armstrong en el infierno». Y se muestra, en persona, tan teatral, reflexivo, sarcástico, esquivo y puntualmente sentimental y sincero como dejan intuir algunas de sus canciones: «Nunca dije la verdad, así que no puedo mentir».
P: ¿Qué contestas cuando alguien que no te conoce te pregunta a qué te dedicas?
R: Digo: «Soy músico, toco blues». Y responden: «¿Ah, sí? Qué bien». Simple. Fin de la conversación.
P: Quizá la clave de cierto anonimato es que has paralizado tu carrera de actor. ¿Cuál fue tu último papel?
R: En Mystery Men, una peli de superhéroes. Hacía de inventor de armas... Pero nunca me he considerado actor. Simplemente, he actuado en algunas películas. Hay una diferencia. Estaba fascinado por el proceso creativo.
P: En Everything Goes to Hell retomas la sonoridad de la rumba o la ranchera. ¿De dónde sale esa influencia?
R: Yo soy fan de Los Lobos y me encanta su rollo: bodas, barbacoas, cementerios, fiestas de sábado noche en los patios del East L. A. y toda esa música hispana tan estranja. Pero sé poco de España: el flamenco, Manitas de Plata, El Cordobés...
P: Muchas de tus canciones retratan a freaks entrañables dignos de un filme de los Coen. «Mi madre no me quería el día que nací», cantas en Table Top Joe. ¿Siempre estás retratando el lado oscuro del sueño americano?
R: Di más bien el lado grotesco. Yo me he sentido toda la vida un outsider y aún me veo así. Es algo que va contigo y no tiene ninguna gracia. Es verdad que las vidas de los vagabundos me fascinan, parece como si tuvieran secretos que nadie más sabe.
P: ¿Cómo te suenan ahora tus viejos discos?
R: Me gusta casi todo lo que he hecho desde Swordfishtrombones (1983). La mayoría de lo anterior es insoportable: arreglos convencionales y voz forzada. Por eso ahora hago de productor yo mismo.
P: Tienes fama de misántropo, siempre metido en tu mundo. ¿Qué opinas de lo que está pasando fuera?
R: Creo que todos tenemos que reflexionar. A veces el mundo parece un caracol deslizándose por el filo de una navaja. A veces no entiendo a los seres humanos: envenenando el aire y el agua, aniquilando a los animales y destruyéndose entre sí. Cualquier día la tierra se sacude y nos echa de su espalda. Es hora de que aparezcan hombres con capacidad de liderazgo y de compasión. No sé de dónde saldrán esos líderes, pero los necesitamos.
Huyendo de su propio personaje
«Cuando eres excéntrico, eres excéntrico. No creo haber tenido el éxito masivo al alcance de la mano en ningún momento de mi carrera. Es cosa del destino y no se puede luchar contra él». Cuenta la leyenda que Thomas Alan Waits nació en Pomona, 1949, dentro de un taxi (falso) y que creció entre las bambalinas de clubes de striptease (otro bulo). Lo cierto es que se dió a conocer en Los Ángeles, en los 70, en una escena de cantautores light con la cual nunca comulgó, fabricándose un personaje público de poeta desarrapado, heredero de Kerouac, que pronto cambió el folk tabernario (The Piano Has Been Drinking) por el be bop etílico y el pop experimental en discos como Small Change (76), Blue Valentines (78), Swordfishtrombones (83) o Rain Dogs (85). Nominado al Oscar por la banda sonora de Corazonado (1980), ha sido actor a las órdenes de Coppola o Robert Altman y ha colaborado en teatro con Robert («Trabajar con él es una esclavitud») Wilson. Sus canciones han sido interpretadas por centenares de estrellas, desde Marianne Faithfull hasta Rod Stewart, y Elvis Costello le describió un día como «el más grande compositor americano vivo».
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